La melodía comienza y es baja, como si quisiera susurrarle algo al oyente, con miedo de ser muy fuerte, muy pesada, para luego, con más confianza, volverse alegre, decidida paso a paso, como si su dicha más grande fuera la de sonar en cada rincón de la sala, en cada persona que la escuche. Luego se detiene.
Y cuando comienza de nuevo, es diferente, suena triste, y arrepentida. Arrepentida de haberse confiado lo suficiente para sonar tan alto. Avergonzada por no poder haberse controlado a si misma. Como si ser feliz, como si estar alegre, fuera algún crimen. Uno con un alto costo.
Va despacio, lenta, misteriosa y sensual, como si uno pudiera ver las notas danzar enfrente de sus propios ojos. Y uno ve las curvas de la melodía bailando para nosotros.Y una vez más es alegre.
Y es alegre sin vergüenza, sin arrepentirse, es alegre y sabe que lo es, y sabe que corre el riesgo de caer de nuevo pero ahora, aprendíó, que una vez en el piso, se puede volver arriba.Y sobre todo, sabe que es capaz de levantarse.
La melodía sigue su curso, y silencia.
Cierros los ojos. Vuelvo a respirar. Y ahora estoy más calmada. Ahora se que puedo levantarme, justo como aquella melodía, sin importar cuantas veces pueda caer.
Es curioso, y es irónico como la melodía de aquel piano, se parece tanto a la vida.