October 31, 2010

YO soy la que decido llorar o no por vos, Aunqe no lo valgas me conveso de que si

Es cierto que la soledad nos empuja hacia nuestro interior. Es cierto también que la soledad nos hace descubrir saberes ocultos, sentires que quizás no sabíamos que estaban en nosotros e incluso realidades que nos perturban y hasta nos puede asustar el admitirlas, es también verdad que en la soledad, en nuestra soledad, es donde podemos hallar alguna respuesta a la incertidumbre o a la inestabilidad que a veces anímicamente experimentamos.

La soledad buscada suele ser hermosa, agradable el vivirla, novedosa cuando nos dejamos llevar por ella. Pero en el sentir humano, la soledad siempre tiene dos caras, como quizás todos los sentires y la mayoría de las vivencias. Cuando uno se busca a si mismo, cuando uno busca la verdad de dentro, la que nos habita, es evidente que necesitamos esos instantes solitarios que favorecen nuestra incursión hacia el interior. Pero existe la otra cara de la soledad, es esa soledad que te toma por sorpresa, esa soledad que te hace caer en la cuenta que lo de alrededor, lo que nos rodea, ya no nos llena, y en nuestro interior tampoco sentimos paz, ni sosiego. Esa soledad es como un cortocircuito y repentinamente nos quedamos en una confusa penumbra, en una soledad sombría que hace oscurecer los instantes de nuestra vida, una vida que se nos antoja como una losa difícil de llevar.

La vida nos ha sido donada para caminar por ella y aprender, con y a través de ella. Nuestra andadura no la marcamos por entero nosotros, podemos elegir, tenemos libertad para escoger, pero hay como unas líneas invisibles que debemos seguir, no todo está en nuestras manos, ni es un completo albedrío.

Moratiel solía decir con cierta frecuencia en el tiempo, que la casualidad no existe. Entonces si la casualidad no existe, es posible que esa soledad venga también indicada por la propia vida, la de cada uno y en nuestras manos esté el aceptarla de un modo u otro. Hay un interior que nos reclama, hay una verdad que nos habita, pero hay al mismo tiempo un exterior que nos obnubila y nos distrae, quizás esa casualidad que no existe, es la forma que la vida tiene para encaminar de nuevo nuestra vida, es el medio, la forma, que nos reconduce al camino, a la andadura que para nosotros está reservada. Así surge esa soledad inesperada que nos sesga las ataduras, los apegos, nuestras dependencias, y tiende a librarnos de ese exterior que nos ata, nos limita y condiciona nuestra individual andadura.